miércoles, 10 de febrero de 2016

Nubes en el cielo


Nuestras manos una sobre la otra, sin entrelazarlas, solo rozándonos, un pequeño recordatorio que decía: “estoy aquí”. Veíamos el cielo, en silencio, era algo que solíamos hacer mucho. Hay parejas que duran poco, tal vez porque hablan mucho sin decir nada. El entendimiento que teníamos cruzaba la barrera del sonido, a pesar de la falta de palabras sabíamos que pensábamos lo mismo. Por una parte había preocupación… ¿Y ahora qué? Pero otra simplemente se sentía en paz, al fin habíamos dado ese paso que nos separaba y el resto parecía insignificante.

Por lo general buscábamos formas en las nubes, como niños. Íbamos de las más normales, como un conejo, hasta las extravagantes, como un ejército de alienígenas en forma de vacas-pulpo de dos cabezas. Se volvía una competencia por encontrar la mejor. Quien ganaba recibía un chocolate del perdedor. Era una de esas cosas que compartíamos en secreto, nuestro ritual especial.  

-          Ese parece un perro haciendo malabares sobre un avión.

-          ¡Vamos! ¿Eso es lo mejor que tienes? Allá está el rayo de Zeus impactando sobre los troyanos.

Nunca entendí su amor por la mitología griega, así como mi fascinación por el mágico mundo de Harry Potter le parecía inexplicable. Cada vez que una película nueva de la saga salía, le invitaba. Siempre se quejaba de tener que sufrir esa tortura de nuevo, así como de mis quejas por la diferencia con los libros. Por mi parte yo era su acompañante en cada estreno de Percy Jackson, Furia de titanes o cualquier otro título que tuviera, por lo menos, algo que ver con mitología. Pacientemente le escuché despotricar acerca de lo que “ellos” (refiriéndose a Hollywood, obviamente) hacían contra los clásicos con sus adaptaciones raras. Jamás ninguno rechazó la oferta del otro.

-          ¡Basta! Gané y lo sabes.

-          Hoy me siento de buenas y lo dejaré pasar, pero mi rayo le ganó a tu perro malabarista. Por mucho.

-          Me debes mi premio.

-          Tienes suerte, hoy traje algo. Cierra los ojos.

-          No me digas que conseguiste chocolate amargo, es mi favorito.

-          Cierra los ojos, anda.


Todo parecía tan irreal y a la vez se sentía sumamente natural. Como si ese beso que había recibido de su parte fuese algo que hiciéramos de forma regular. ¿En verdad este tipo de cosas pasaban? Me sentía parte de una película cliché romántica. Ahora que lo pienso, pude recordar los nervios que noté cuando me pidió que cerrara mis párpados, un ligero titubeo. Y eso del rayo en las nubes ya lo había usado en otro juego, me había dejado ganar, algo que nunca permitíamos.

-          ¡Mira! ¡Hay un cerdito con cola de castor!

Su voz rompió el silencio, aunque temblorosa, no me pareció la de una persona extraña. Solo se sentía como una invitación, una pregunta suspendida en el aire.

-          No consigo nada, creo que has ganado.

El segundo beso lo inicié yo.

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